Las niñas siguen queriendo ser princesas

A diferencia de lo que decía el maestro Sabina, por mucho empeño que le pongamos las niñas de hoy en día, futuras mujeres del mañana, siguen queriendo ser princesas. Encasilladas -enclaustradas- en los roles y arquetipos de género de una sociedad que solo avanza en apariencia. Igualdad que no es más que un espejismo de una triste realidad.

Desde que nacemos vamos asumiendo una posición en el mundo o, más bien, nos la van asignando. No es lo mismo llamarse Pepa que José. Y no hablo de países remotos, religiones concretas o sociedades ancladas en el ayer… digamos que hablo de nosotros.

Tanto es así que, dependiendo del sexo al que pertenezcas, llevarás unos colores en tus prendas u otros, te divertirás con muñecas o con espadas y querrás ser algo distinto de mayor, siempre condicionado a si eres chico o chica. En definitiva, te atribuirán una identidad de género. Una función concreta dentro de la sociedad, con tus derechos y tus deberes, pero siempre con un destino definido de forma preconcebida.

Seguirás la concepción romántica de la princesa y el caballero…del beso de amor verdadero. La belleza frente a la valentía. La dulzura y el bienestar frente al esfuerzo y la responsabilidad. Esto es lo que nos enseñan desde pequeños. Lo vemos en los cuentos, en las canciones y en las películas que son la historia de nuestra vida. Te insistirán que necesitamos una media naranja para alcanzar la plenitud. Como si nosotros mismos no pudiéramos lograr cualquier cosa que nos propusiésemos. No voy a negar que el amor es maravilloso y que el compartir nos llena como personas, pero no lo transformemos en una condición sine qua non para alcanzar la felicidad o para sentirnos realizados. No se trata de un listón de obligado cumplimiento cuya no consecución nos aboca al fracaso o al escarnio público.

De lo que les estoy hablando es del germen de la desigualdad entre hombres y mujeres, cuya máxima y más cruenta manifestación se materializa en la violencia de género. Esa semilla que poco a poco va creciendo hasta incrustarse en el acervo colectivo. De generación en generación y por los siglos de los siglos.

Jóvenes interpretando patrones de conducta basados en los valores de una sociedad patriarcal, donde los papeles de dominio y sumisión están repartidos de antemano. De ahí la importancia de la educación que demos a nuestros hijos. De la buena educación. La que comienza en el ámbito privado y trasciende a lo público, como una espiral que alcanza el cielo.

Como decía el sabio Pitágoras: «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres».

Dicho lo cual, no voy a negar las batallas vencidas y las metas alcanzadas. Los logros que, en materia de derechos sociales y políticos, hemos hecho nuestros. Devolviendo a las mujeres parte de lo que siempre les perteneció en propiedad.

Trozos de una dignidad que a todos nos corresponde como personas dentro de una sociedad, pero que a ellas, les era negado. Pero esto no es más que el comienzo de un largo camino. Una travesía que todos hemos de recorrer. Con paso firme y constante.

Porque la violencia de género no es exclusivamente un problema jurídico penal. También es un problema sanitario -de salud pública-, educativo y social. En definitiva, es un problema de todos, que no admite posturas neutrales, en el que todos estamos involucrados y del que todos somos responsables. Aferrémonos a la idea de la corresponsabilidad frente al maltrato, donde nuestra intolerancia ha de ser total, firme y sin fisuras.

Es necesaria ya no solo una implicación, sino un compromiso responsable, en nuestra doble condición de ciudadanos, como integrantes y miembros de una sociedad y de profesionales en el desarrollo de nuestro trabajo diario. Ya seamos fiscales, médicos, profesores, farmacéuticos, pintores o albañiles.

A la vista de la trágica situación actual y el reguero de víctimas que hemos dejado en nuestro camino, podemos hablar de, con todas sus letras, una auténtica cuestión de Estado.

La violencia de género es un problema que requiere una respuesta jurídico penal coordinada. El legislador ha previsto una serie de recursos y mecanismos para luchar contra la peor y más cruenta manifestación de desigualdad entre hombres y mujeres. De hecho, estamos luchando contra ello dentro del mundo judicial con el objetivo de dar una respuesta inmediata, eficaz y especializada ante cualquier episodio violento.

Pero esto no es más que la punta del iceberg. Así, a pesar de las reformas legales y las campañas públicas incentivando a la denuncia pública, ésto, sin dejar de ser esencial, no resulta suficiente.

La solución no reside exclusivamente en la justicia penal. La solución está en nuestra sociedad. La familia, colectivos vecinales, movimiento asociativo, escuela, universidad, medios de comunicación, instituciones públicas y privadas, etc. Hemos de tejer una red en la que, ante cualquier situación de maltrato, demos comprensión a quien la sufre y se avergüence quien la ejerce.

Es nuestro esfuerzo y nuestro compromiso por hacer una sociedad más igualitaria. Asentada en sólidos valores de justicia, solidaridad y respeto.

Gonzalo Fernández Jordá es director de la Sección de Violencia Contra la Mujer de la Fiscalía de Área de Algeciras.

Fuente: http://www.europasur.es/algeciras/ninas-siguen-queriendo-princesas_0_1084691562.html

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