El pasado 9 de febrero quedamos horrorizados ante la noticia: “un joven de 16 años, mató a su compañero de instituto, se hizo un selfie junto al cadáver y subió la foto a las redes sociales”. El hecho ocurrió en Pensilvania, EE.UU. Por ahora se desconoce el motivo de estos hechos, lo único que parece claro hasta la fecha, es que el menor, presuntamente disparó en la cara a su compañero de clase mientras se encontraba en su casa, luego posó junto al cuerpo inerte y envió la fotografía por una red social a un amigo. Éste, al recibir la instantánea dio aviso a los padres del joven asesinado.
Selfies
El fenómeno selfie (palabra clasificada como “palabra del año” en 2013 por el diccionario Oxford) invade nuestras vidas diariamente. ¿Quién de nosotros no se ha hecho alguna vez una “autofoto”? Se han tomado selfies estando de fiesta, haciendo deporte, comiendo, mientras se trabajaba, multitud de selfies que han pretendido ser sexis por el mero hecho de extender los labios hacia fuera delante del espejo del cuarto de baño, los han habido que sin quererlo han llegado a ser graciosos por algún imprevisto surgido en el momento de tomar la foto, y muchos, la mayoría, selfies intranscendentes que ocuparán durante un tiempo la memoria interna de nuestro Smartphone a la espera de caer en el olvido por cambiar de móvil.
En la red se puede ver (casi) de todo, divertidos como el realizado por Bradley Cooper en la ceremonia de los Oscars 2014, cotizados como los robados a varias famosas en situaciones comprometidas, osados como los llamados aftersex captando la cara que se les queda a las parejas tras la práctica sexual, despreciables como los retratados junto a indigentes mientras duermen en la calle, imprudentes tomados al volante de un vehículo que han llegado a costar la vida a quien la hacía, o desafortunados como el selfie del presidente de EE.UU. Barak Obama en pleno funeral de Nelson Mandela.
Por extraño que pueda parecernos, la toma de instantáneas junto a cadáveres, no se trata ni mucho menos de un hecho aislado. Si navegamos un poco por la red, las fotografías que podemos encontrarnos van desde un hombre haciendo la señal de victoria junto a un féretro abierto, a un adolescente sacando la lengua en medio de un funeral o una joven universitaria posando junto a un cadáver en medio de una visita a la morgue, todos ellos envolviendo con una sonrisa el aire tétrico de lugar y momento. Tampoco estamos ante un fenómeno puramente anglosajón, ya que en nuestro país se ha dado algún caso de lo que podríamos llamar “necro-selfies”, o autofotos con personas fallecidas. Recientemente, mientras escribía este artículo, ha salido a la luz que el padre de Asunta (la pequeña gallega asesinada presuntamente a manos de sus padres), sacó siete instantáneas al féretro de su hija durante el velatorio. Muy polémico fue también el triste episodio ocurrido en Guardamar del Seguro (Alicante), donde un empleado del cementerio desenterró (a petición de los familiares del difunto) el cuerpo de un hombre fallecido hacía 23 años. Una vez abierto el ataúd, enterrador y pariente se tomaron una fotografía junto al cadáver y la compartieron en las redes sociales. La imagen (que puede localizarse fácilmente por internet) muestra el cadáver sostenido de pie en medio de ambos.
La captación de imágenes de cuerpos sin vida es tan antigua como la propia pintura o la fotografía, pero existen notables diferencias con los casos expuestos anteriormente. A principios del siglo pasado, llegó a ser costumbre fotografiarse junto a seres queridos que habían fallecido, pero esta práctica, lejos de considerarse morbosa, era producto de la nostalgia, tristeza y, por qué no, de esa profunda curiosidad del hombre por la impermanencia en el tiempo. Los fotógrafos llegaban a pasar varios días fotografiando el cadáver, retocando posteriormente la imagen, coloreando a mano su piel, hasta eliminar el rastro propio del rigor mortis de la cara del difunto; inmortalizando el descanso eterno de la persona.
Las principales diferencia entre estas últimas fotografías y los “necro-selfies” podrían ser la finalidad con la que se toman las instantáneas, la falta de empatía con el dolor ajeno de aquellos que lloran al difunto, la divulgación de la fotografía sin respetar la intimidad del duelo… en definitiva una marcada diferencia ético-social.
¿A dónde nos lleva una sonrisa, un guiño o cualquier otro gesto despreocupado y disonante con respecto al entorno que lo envuelve? ¿Nos encontramos ante personas capaces de desligarse de la vida de los demás, capaces de vivir en su propio mundo interno de fantasía en el que parece que cualquier situación es ideal y propicia para decirle al mundo “soy yo, y ahora estoy aquí”? ¿Por qué?
Se calcula que, tan solo en Facebook, circulan más de 240 mil millones de autorretratos acompañados con el hashtag (etiqueta) #selfie, sin saber cuántas más habrá del estilo, que no tienen ninguna etiqueta.
Sociológicamente
Desde un punto de vista social, el filósofo Z. Bauman apunta a una clara fragmentación de las relaciones sociales y predominio del individualismo en el mundo on-line. El éxito de las redes sociales como Facebook, radica en haber sabido comprender una de las mayores necesidades humanas: “no sentirse nunca solo”. Cualquiera en el mundo puede ser tu “amigo”, y vivir contigo en un mundo virtual donde no hay dificultades ni riesgos y todo es infinitamente más soportable que en la vida real (no hay lugar para preocupaciones o discusiones).
Aquí el selfie se convierte en la ventana a través de la cual se invita al mundo a conocernos. No solo se trata de una expresión de individualismo, sino que es la respuesta de cada persona a la necesidad social de sentirse vinculados y formar parte de algo. Amistad u olvido a golpe de un click.
Atendiendo estrictamente al individuo, cada uno de nosotros nos presentamos a nosotros mismos como queremos que nos vean los demás, de ahí que superficialmente jamás encontraremos a nadie que salga mal en su foto de perfil de cualquier red social (y si es así, ten siempre presente que esa ha sido su mejor foto). Esto no solo evidencia la necesidad psicológica de expresar nuestra personalidad, sino que nos estará mostrando el mecanismo normativo que regula la sociedad y al que el individuo quiere acceder garantizando que actuamos conforme a sus normas. ¿Acaso el simple acto de extender el brazo y fotografiarse no es una evidencia de mecanismo regulatorio de integración social? A la espera de un simple (que no sencillo) “me gusta” que hace sentir al retratado aceptado y dentro de esa comunidad.
En este breve análisis, tan solo me he querido centrar de un modo muy genérico en los selfies, ya que a pesar de lo manifestado en el párrafo anterior, en las redes sociales el sujeto cuenta al mismo tiempo con autonomía para expresar lo que desee; haciendo así de las redes sociales el lugar más seguro para poder relacionarse, nada puede salir mal.
Qué dicen psicólogos y psiquiatras
Según diferentes estudios, ya sea por diversión, por presumir de logros obtenidos o experiencias vividas, el uso excesivo de redes sociales para la divulgación de este tipo de contenido, podría producir problemas psicológicos tales como: déficit de atención e hiperactividad, depresión, trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos esquizoafectivo y esquizotípico, hipocondría, adicción o trastorno de personalidad narcisista. Por su parte, la Asociación Americana de Psiquiatría ya habla de trastornos mentales derivados de la adicción al selfie, incluso se registran casos de adolescentes que han tratado de suicidarse por no recibir suficiente aceptación en sus selfies.
Facebook y Twitter son dos de las redes sociales que más han promovido la tendencia selfie. Los investigadores destacan que aquellos que escriben constantemente en Facebook, o saturan el twitter con aspectos de su vida cotidiana demuestran tener una personalidad bastante insegura y narcisista. Suelen ser personas preocupadas por sí mismas y sobre cómo son percibidas por los demás hasta tal punto de convertirse en autómatas interesados en satisfacer su propia vanidad y la admiración de sus propios atributos físicos e intelectuales.
Narciso
Condenados a vivir enamorados de su propia imagen proyectada con el filtro superficial de su vida aparente, sin poder nunca conocerse a sí mismo de verdad. Exhibiendo solo lo que quieren mostrar, construyendo una identidad prostituta que se retroalimentará con la validación de sus iguales.
Esto no es una crítica a todos aquellos que le hacen fotos a un estupendo desayuno con zumo de naranja, cruasán y tortitas americanas que parecen sacadas de un film cutre de media tarde, no pretendo despreciar a todo aquel que se toma la molestia de publicar una foto mientras está en el gimnasio a las 7 de la mañana sin una pizca de sueño o pereza aparente, tampoco critico a los que dan la sensación de estar viajando a lugares parecidos a la Toscana cada fin de semana, ni mucho menos a todos los que se encargan de presentarnos por enésima vez a su pareja, a sus preciosos hijos o a todo el equipo al completo vía selfie para recordarnos lo maravillosa que es su vida mientras el resto de mortales nos pasamos el día trabajando, sin planes ni fuerzas para el fin de semana, con los niños gritando y con un insomnio de caballo.
Después de leer este párrafo, muy seguramente tu mente te haya regalado el recuerdo de alguna de estas personas de las que hablo. Todos conocemos a alguien así; y así son como muchos dan uso de la red social: elaborando una pequeña novela de su vida en busca de “likes” o “follows”.
Tomarse una foto de uno mismo ocasionalmente puede llegar a ser algo divertido. Sin embargo, cuando vemos a personas que se toman fotos cada cinco minutos, en todas las poses y circunstancias posibles, para publicarlas en cualquier red social, puede llegar a ser preocupante. El usuario tiende a hacerse adictivo a que le den un “me gusta” o un “retwit”, de ahí la necesidad de publicar lo que está haciendo siempre, para pasar a convertirse en consumidores de lo que ellos mismos producen.
Dice el escritor Oscar de Borbolla (@oscardelaborbol) que “como la parte más puta de los seres humanos es el alma, nadie puede defenderse de las caricias masturbatorias de un adulador profesional”, y desde luego que no habrá nadie mejor que nosotros mismos para profesionalizarse en el onanismo de nuestra identidad.
¿Tanto nos aterra mirar al yo y no al reflejo? ¿Tan incapaces nos hemos hecho de mirar para adentro?
Si hay algo claro es que el hombre no nació para verse a sí mismo, sino para mirar todo lo que le rodea (incluido su reflejo). Es una mera limitación física que siempre inquietó al ser humano. Quizá por ello, para mirarnos a nosotros mismos sólo nos quedará el camino de cerrar los ojos, tapar los espejos y apagar la cámara. #Tumejorselfie #megusta.
Artículo escrito por: Javier García Rodríguez (Abogado 4016 ICAC)