El pasado 6 de Octubre, la organización proeutanasia Compassion & Choices publicó en Youtube un video documental que hasta la fecha ha tenido casi nueve millones de visitas. Sentada frente a la cámara, Brittany Maynard, una joven estadounidense de 29 años decide explicar al mundo la decisión más dura de toda su vida: elegir morir.
Cuenta Brittany, que los dolores de cabeza comenzaron a ser cada vez más constantes en sus días, hasta que tras diversas pruebas, y después de celebrar las navidades viajando con su marido, los médicos decidieron de darle la noticia, Brittany tenía glioblastoma, un cáncer de cerebro en el estadio más agresivo de la enfermedad; su esperanza de vida era de seis meses. “Lo primero que se te pasa por la cabeza cuando te queda poco tiempo, es qué le dirás a tus seres queridos”, dice Brittany al comienzo del video.
Después de estudiar varias opciones en su estado natal (California), su familia se mudó a Oregón, uno de los cinco estados norteamericanos donde la Eutanasia está amparada legalmente. En el video, puede verse como la joven, lleva consigo la medicación recibida por su médico, dos botes de píldoras que ingerirá por voluntad propia el día 1 noviembre, dos días después del cumpleaños de su marido.
“Deseo estar rodeada de mi familia cercana…moriré en el dormitorio que comparto con mi marido…junto a él, mi madre y mi mejor amiga, con la música que me gusta de fondo”
Apoyada en todo momento por su marido, Brittany asegura no poder expresar el alivio que siento al saber, que no morirá de la manera que le han descrito los médicos. “Entre el sufrimiento y poder elegir cuando es suficiente, a mi me hace sentir mucho más aliviado esta opción. Morir con dignidad. Cuando ella decida que es la hora”, confiesa con cierto desahogo su marido.
Sabiendo que sólo dispone de unos meses para vivir, Brittany ha decidido pasarlo con la gente que ama y viajando, “desde que estoy enferma he viajado mucho, mi marido y yo hicimos un bello viaje a Yellowstone, lo exprimimos… y eso es todo lo que podemos hacer, hacer cosas que hagan que cada día merezca la pena”. Se despide Brittany, con un:”espero irme en paz. Considerar valiosa la vida, es estar seguro que no te pierdes nada que es importante para ti”.
Esta conmovedora historia ha reabierto el debate en EE.UU sobre la legalidad o no de la eutanasia. Un tema polémico, que en nuestro país también ha sido abordado hasta la saciedad, viendo sus defensores algunos avances o pequeñas batallas ganadas que podrían dar lugar a un cambio en el marco legal. Hasta el momento, en España, el Código Penal castiga la inducción y cooperación al suicidio con penas de prisión de hasta diez años, no así el suicidio cuando es llevado a cabo directa y personalmente, por lo que no se podrá castigar a ningún suicida fracasado en su intento. Esto último no siempre ha sido así, ya que hace no tanto años, este acto era sancionado penalmente tanto sobre la persona del suicida frustrado, como sobre su patrimonio o su cadáver en el caso de haberlo conseguido.
Sin duda, como en la gran mayoría de tipos delictivos, detrás del marco jurídico hay un importante componente moral. Ya el movimiento pensador del estoicismo, o grandes personalidades históricas y filosóficas como Marco Aurelio y Schopenhauer defendieron el suicidio como el único derecho incontestable del hombre: el de disponer de su propia vida. Actualmente existen culturas (entre los esquimales y tribus de algunas zonas de América Central y del Sur) donde es práctica aceptada y asumida el quitarse la vida al llegar a la vejez para evitar ser una carga para los demás miembros de la comunidad. Por su parte, Platón y Aristóteles rechazaron el suicidio curiosamente con la misma argumentación; es decir en pos del bien común de la colectividad, ya que la pérdida de cualquier ciudadano suponía un mal para el bien general del Estado. Otros autores como Kant lo calificaban como la más grave ofensa a la libertad, y el ideal cristiano (quizá el más presente hoy día) nos habla de no poder decidir sobre asuntos que sólo competen a Dios, ya que la vida de cada hombre tan sólo le pertenece a Él.
El eterno debate de la eutanasia trata sobre la disponibilidad de la propia vida y las dos formas de considerarla. Parece innegable la carga religiosa cristiana que hay tras los detractores de “legalizar” esta práctica, y el origen democrático en la fundamentación de aquellos que defienden que en nuestra sociedad, cuya base es la libertad del individuo, el hombre debería decidir sobre su propia vida. La última gran personalidad que se ha pronunciado acerca de este tema, ha sido Stephen Hawking, el cosmólogo de 72 años completamente paralizado a causa de una grave enfermedad degenerativa, considera discriminatorio el no permitir una muerte asistida, argumentando su posición con un sencillo razonamiento “si no permitimos que los animales sufran, ¿por qué debería tu dolor prolongarse más allá de tus deseos?”. Para el científico británico, elegir morir debería de ser un derecho, tanto para la gente capaz de hacerlo por sí misma, como para los que necesitan asistencia para ello.
Etimológicamente, el término eutanasia viene del griego “Eu” (bien) y “Thanatos” (muerte); lo cual se identifica perfectamente con el ideal de muerte digna de sus defensores. Algunos autores consideran fundamentales cuatro condiciones para que podamos hablar de eutanasia: a) intención de cortar la vida, b) imposibilidad de un tratamiento curativo, c) paciente en estado terminal, d) petición consciente y reiterada del paciente para poner fin a su vida.
Aunque parece un concepto claro, la noción de eutanasia no es unívoca, a pesar de ello es generalizado la diferencia entre eutanasia pasiva (ortotanasia): donde la supervivencia del paciente está vinculada a medios que prolongan artificialmente su vida (discutiéndose aquí cuándo será el momento de interrumpir este “tratamiento”), y la eutanasia activa: en la que el paciente necesitará de una o varias conductas activas para morir. Dentro de esta última distinguiremos entre indirecta (o cacotanasia) y directa. La primera buscará acortar y/o dulcificar la vida del paciente, sin buscar directamente causar su muerte, la eutanasia activa directa, por el contrario se caracteriza por ayudar al enfermo a poner fin a sus dolores de forma inmediata y sin sufrimiento (suicidio asistido), tal y como ha elegido Brittany Maynard.
Al leer estas distinciones se hará inevitable hablar de la práctica de la sedación paliativa, que no es más que el empleo de hipnóticos y analgésicos para llevar al paciente a un estado de inconciencia y no percepción de estímulos dolorosos. En definitiva, esta sedación tiene como objeto central evitar el sufrimiento pre-mortem del enfermo, la matización conceptual de considerar esta práctica como una eutanasia activa indirecta o no, se hará después de determinar si tras la inducción de esos fármacos que solo buscan la disminución del nivel de conciencia, se ha acelerado la fecha del fallecimiento del paciente o no. Así, desde la Fundación Vianorte-Laguna, su director médico (Dr. Javier Rocaforte) asegura que la sedación paliativa no influye en la aceleración de la muerte del paciente, sin embargo, familiares de enfermos en situación terminal que encontraron ayuda en la asociación Derecho a Morir Dignamente, aseguran que gracias a su director (Dr. Luis Montes) y al resto de médicos que conforman esta asociación, consiguieron una sedación paliativa que suministrada poco a poco, hace no solo que te duermas sino que tu vida se vaya apagando sosegadamente en un proceso que dura unas once o doce horas”.
Al margen de lo expuesto, y controversias a parte, al igual que expusimos anteriormente con la eutanasia, la Organización Médica Colegial y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos considerará necesario desde un punto de vista ético-moral la valoración de tres condiciones para poder aplicar la sedación con plenas garantías: a) la existencia de sufrimiento intenso causado por síntomas refractarios, b) consentimiento del enfermo, o en su defecto de la familia, c) que el paciente haya tenido oportunidad de satisfacer sus necesidades familiares, sociales y espirituales.
Tal y como sucede con la eutanasia, la práctica de la sedación paliativa tiene defensores y detractores, pero lo cierto es que está reconocida como tratamiento por la Organización Médica Colegial e incluso su presidente ha asegurado que esta práctica “es la mejor manera de luchar contra la eutanasia”, otros sin embargo, ven en ella un paso más hacia el objetivo final de libre disposición de la vida.
Después de que en el año 2000 España ratificara el Convenio del Consejo de Europa para la protección de los Derechos Humanos y Dignidad del Ser humano, y de la posterior “presión” de Cataluña aprobando la Ley 21/2000 sobre los derechos de información relativos a la salud, autonomía del paciente y documentación clínica, el Estado se vio obligado a aprobar la Ley 21/2002, de 14 de noviembre por la cual se regulaba la autonomía del paciente reconociéndole entre otras cosas el derecho a decidir libremente entre las opciones clínicas disponibles y a negarse incluso al tratamiento. Casi una década después de aquello, Andalucía fue la primera Comunidad en regularizar la conocida como Ley de Muerte Digna 2/2010 (Ley de Derechos y Garantías de las Personas ante el Proceso de la Muerte), regulando la toma de decisiones de las personas en las situaciones terminales, garantizando el acceso a los cuidados paliativos y al tratamiento del dolor, estableciendo el derecho a la atención sanitaria en domicilio en la etapa final, y sobre todo, prohibiendo la obstinación terapéutica a toda costa. Hoy día, el uso de este tipo de tratamientos que eviten el sufrimiento aunque acorten la vida del paciente, recibe el apoyo prácticamente unánime de los médicos. Creo que todos sabemos en mayor o menor profundidad de qué estamos hablando; la mayoría de ocasiones será un familiar directo del paciente, el que en los pasillos del hospital, confirme al Doctor una decisión tomada previamente, pero casi imposible de pronunciar en voz alta; ha llegado la hora. Una difícil situación de afrontar y es que, por muy enfermo o anciano que sea el paciente, nadie, absolutamente nadie está preparado para un último gesto, un último beso, un adiós definitivo.
A pesar de los avances legislativos entorno a la figura de la dignidad ante la muerte, en España al menos la mitad de los enfermos terminales siguen sin recibir cuidados paliativos y muchos acaban muriendo tras semanas de agonía y tremendo dolor. Este dato fue desvelado por el propio Presidente de la Comisión Central de Deontología de la OMC (Marcos Gómez), el cual explicó que esta gran deficiencia del sistema sanitario español se debía principalmente a dos causas: la principal la falta de profesionales con capacitación para ofrecer cuidados paliativos, ya que esta disciplina aún no está considerada una especialización ni un área de capacitación específica, ni si quiera se enseña en muchas universidades, en segundo lugar porque, todavía existen médicos que confunden la sedación paliativa con la eutanasia.
Para saber hacia dónde vamos, basta con fijarnos en los países de nuestro entorno: ya en los años setenta, en Holanda se planteaba entre la Real Asociación de Médicos la posibilidad de morir a los pacientes en determinadas circunstancias, e incluso los tribunales fueron creando una línea jurisprudencial absolutoria amparándolos en el Estado de Necesidad. Actualmente, y desde el año 2002, Holanda cuenta con la Ley de comprobación de la terminación de la vida a petición propia y del auxilio al suicidio. Por su parte, Bélgica apenas tardó unos meses más en despenalizar la eutanasia. Luxemburgo se convirtió en el tercer país del mundo en hacerlo (2008). El caso de Suiza es algo más peculiar, ya que la eutanasia está considerada delito, pero no así el auxilio al suicidio, que queda en manos de Organizaciones No Gubernamentales, no necesitando contar con la asistencia médica, tan solo para la prescripción del fármaco letal.
Esto ha provocado que en Europa (al igual que en el caso de Brittany Maynard) pueda darse el conocido como “turismo suicida”. Según la revista Law, Ethics and Medicine, 611 personas, provenientes de 31 países del mundo (sobre todo Alemania y Reino Unido) se desplazaron a Suiza para cometer suicidio asistido entre 2008 y 2012.
Eutanasia, Auxilio al Suicidio, Sedación Paliativa,… en definitiva, tratamientos que no buscan curar una enfermedad, sino acabar con el dolor del paciente (apagando o concluyendo su vida), dejando a un lado el empecinamiento curativo derivado de nuestra propia condición humana de persistir; en lo que el poeta Paul Éluard llamó “el duro deseo de durar”.
Quizá por eso, los hombres inventáramos a Dios, para convencernos de que las cosas podían durar más que la vida, o tal vez fuera Él quién atinadamente nos diera la ignorancia suficiente como para no aceptar nuestra impermanencia. Sea como fuere, acertada o no la decisión de Maynard, creo que al menos por un instante, ha despertado en el mundo lo que todos sabemos pero nunca recordamos en nuestro día a día: “vivir no solo consiste en respirar, sino como dice Brittany, en asegurarse que no te pierdes nada de lo que realmente es importante en esta vida”.
Javier García Rodríguez (Abogado 4016 ICAC)